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El poder del lenguaje positivo

31/01/2022

Hay que reivindicar el valor de la palabra, poderosa herramienta que puede cambiar nuestro mundo aun en esta época de satélites y ordenadores.

William Golding

Actualmente cada vez se escucha más la idea de cuidar el lenguaje que utilizamos en nuestro día a día sobre todo con niños más pequeños y la importancia de utilizar un lenguaje positivo. Esto es porque está comprobado cómo influye en la forma y en la actitud del día a día su utilización.

Según Castellanos (2017), “las palabras son el vehículo de las emociones”, y es que, éstas tienen un efecto emocional en nuestro organismo. Si atendemos a diferentes premisas de la Neuroeducación, tanto la motivación como las emociones son necesarias para activar ciertas partes del cerebro que benefician la atención y la memoria entre otras capacidades, que generan aprendizajes. 

De manera que el uso de un lenguaje positivo generará emociones que a su vez llevarán a otra persona a tener pensamientos y comportamientos positivos que influyen de manera directa y óptima en sus aprendizajes. 

En este sentido, para llevar a cabo un cambio de éxito que permita incorporar en la sociedad este lenguaje, debemos empezar por los más pequeños, de modo que nos encontramos ante dos ejes primordiales que nos permitirá llegar hasta esa modificación. Por un lado, están los docentes, que coordinan todas las relaciones interpersonales que se dan dentro de las diferentes comunidades educativas; por otro lado, se encuentra la familia, primer y principal agente de socialización y educativo de los niños.

En primer lugar, se podría decir que existen unas pautas generales básicas que se pueden seguir para tratar de cambiar nuestro lenguaje hacía uno más positivo, y que son las siguientes:

  1. Cambio de mentalidad: principalmente es un trabajo que debemos hacer los adultos una vez nos proponemos el uso de un lenguaje positivo. Trataremos de eliminar tanto vocabulario como expresiones negativas o peyorativas, teniendo cuidado con ciertos calificativos que les marcan mucho en edades tempranas. Aunque no lo parezca, desde la infancia se está interiorizando este lenguaje y en el futuro esto condiciona en gran medida el comportamiento en el futuro.
  2. Reforzar lo positivo: de algún modo destacaremos y reforzaremos positivamente con palabras o muestras de cariño todas aquellas conductas positivas del niño. Siempre hablaremos directamente sobre la conducta, sin calificar al niño.
  3. Anticipación: como adultos, una vez conocemos a los niños y las conductas que nos molestan, tenemos la capacidad de anticiparnos a ellas. Por ello trataremos de actuar antes de que se produzcan redirigiendo la acción.
  4. Espacios de diálogo: es primordial crear espacios de diálogo y comunicación desde el respeto en ambas direcciones. Para ayudar a los más pequeños se les puede hacer preguntas más abiertas y complejas, que no sea solo contestar si o no, que les inviten a pensar desde niños.
  5. Contacto visual: agacharse a su altura les proporciona confianza y es una manera de conectar mejor con ellos.

Por ello, desde el ámbito educativo, es esencial, en primer lugar, conocer y escuchar de forma activa a nuestro alumnado, sus intereses, objetivos y sus diferentes puntos de vista, esto nos permitirá elegir las palabras que en cada uno de ellos provoque un efecto positivo, atendiendo a sus necesidades emocionales en mayor medida, teniendo en cuenta que tampoco debemos caer en el exceso.

Existen ciertas herramientas metodológicas que pueden llevarse a cabo en el aula de infantil que permiten y facilitan estos aspectos a los que hemos hecho referencia anteriormente como puede ser una organización flexible del aula y de los agrupamientos, el trabajo cooperativo, los rincones, el aprendizaje por proyectos. Todas ellas se basan en el apoyo constante y mutuo dentro del aula, en el respeto y la ayuda, así como en el juego, primordial en las primeras etapas para desarrollar sus potencialidades, el lenguaje y el desarrollo cognitivo.

Desde la familia, es importante no transmitirles que nos pasamos el día poniendo normas y límites, éstos son necesarios, pero debemos redirigirlos y transmitirlos con un lenguaje basado en el acompañamiento al niño. Por ejemplo, si en un lugar de la casa no debería jugar porque es peligroso para él, le podemos acompañar a otro sitio diciéndole que éste otro es mejor y estará más tranquilo. Debemos siempre dar otras opciones válidas a sus conductas, haciéndoles ver que de esa manera es mejor. En el momento que una conducta es buena, deberemos felicitarles ya sea con palabras o gestos, mostrando nuestra aprobación. 

Respecto a los espacios de diálogo de los que hemos tratado anteriormente, un momento del día óptimo para ello es la cena, durante este espacio se puede recapitular lo que se ha hecho en el día, elogiando y reforzando conductas positivas e intentando solventar o ayudarles en pequeños problemas o dudas sobre cómo actuar en ciertas ocasiones de su día a día. Es importante recalcar que no solo el niño tiene que compartir sus experiencias, también los adultos, todos los miembros de la familia deben contar lo sucedido en el día.

En definitiva, los niños se comportan y son lo que ven, por lo tanto, deberemos ser un buen ejemplo para ellos. Debemos aprender a escucharlos, tanto lo que dicen a través de la palabra como lo que expresan a través de su lenguaje corporal, dejarles que se expresen y acompañarlos desde una mirada de niño con la experiencia del adulto.

Una comunicación positiva junto con un vínculo de apego positivo dará lugar a niños felices, con autoestima y capacidad de empatizar con los demás, mejorando sus relaciones sociales y siendo capaz de afrontar retos en un futuro.

Estíbaliz Jenkins, maestra de educación infantil con máster en Psicopedagogía. 

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