Ayer tuvimos la suerte de tener en directo en nuestro canal de instragram a Javier Bórnez, pedagogo y orientador con experiencia en altas capacidades, entre otras. Actualmente se encuentra en uno de los Programas de Enriquecimiento Educativo para alumnado con altas capacidades de la Comunidad de Madrid (PEAC).
En esta entrada del blog, quiero centrarme en un aspecto que nos llama mucho la atención. Pese a que la fuente de talento es un atributo que se reparte por igual entre hombres y mujeres, ¿qué ocurre con las niñas?; ¿por qué hay un diagnóstico en altas capacidades tan bajo entre ellas?
A continuación, os muestro varias cuestiones que seguro os hacen reflexionar y deconstuiros en este ámbito. Comentar que se empleará el concepto de altas capacidades por ser el más extendido, sin entrar en la categorización.
En la infancia y la adolescencia.
Por marcadores sociales y patriarcales, las mujeres se perciben a sí mismas y a las demás menos inteligentes que los hombres, infravalorándose frente a su alto perfeccionismo. «Si me camuflo y no llego a alcanzar esa meta tan exigente que me he impuesto, sentiré menos el fracaso”. Esta autopercepción negativa (o efecto Pigmalión), se extrapola a la estimación que hacen de la inteligencia de sus padres, que suele ser también mayor a la que hacen de sus madres.
Por otra parte, el contexto de aula suele favorecer a los chicos, ya que los docentes interaccionan más con ellos; como profe, para mantener una dinámica tranquila que facilite mi labor, con frecuencia tengo que centrarme en aquellos que son más inquietos y no en las chicas, que suelen ser más calladitas y obedientes.
¿A cuántas mujeres filósofas habéis estudiado? A ninguna, me atrevería a decir. Ya lo tratamos con Virgina Ventosa, educadora experta en género. Los libros de texto carecen de referentes femeninos, y la sociedad también los oculta. Nos quedamos con Marie Curie y poco más. Una falta de referentes femeninos bastante peligrosa: lo que no se ve, no existe.
De manera más acusada en la etapa adolescente, entran en una gran contradicción, de nuevo, por culpa de los estereotipos de género. Quiero desarrollar mis capacidades intelectuales pero, “si soy la lista o la empollona, ¿van a querer juntarse conmigo?”. Otra vez, mejor esconderse. A esto hay que sumar los resultados de los últimos estudios que afirman que el alumnado de altas capacidades sufre acoso y ciberacoso con un porcentaje superior al resto.
Pese a que no hay evidencia de que las mujeres tengan menos capacidad para las áreas científicas y técnicas, la socialización tan diferenciada entre niños y niñas influye en la creencia de que las mujeres tienen menos habilidad en dichas áreas; echa un vistazo a un catálogo de juguetes, por ejemplo, y entenderás de lo que hablo.
Esto trae consigo una elección profesional esteriotipada, influida por sesgos y estereotipos que consideran que las carreras “de ciencias” son más propias de los chicos, y las «de letras», de las chicas.
Ilustración de Sandra Cumplido @sandra.cumplido
¿Y de adultas?
Seguro habéis oído hablar del síndrome de la impostora pero, ¿y del síndrome de la abeja reina? Muy resumido, lleva a las mujeres a un perfeccionismo imposible de alcanzar y atribuir su éxito únicamente a méritos propios. Prefieren rodearse de hombres a la hora de trabajar, y menosprecian a las otras compañeras para que no sean competencia y no lleguen a ocupar puestos similares (ser la única mujer con éxito les hace sentirse poderosas, aunque con frecuencia son muy inseguras y se sienten desdichadas).
Este sobreesfuerzo competitivo constante con las demás y consigo mismas, les lleva a sentirse culpables por no haber dedicado el tiempo suficiente a la familia o la pareja, por un lado, y a su profesión por el otro. Este aspecto se ve agravado ya que en la sociedad actual existe el mito de que la mujer puede ser inteligente y competente, o maternal y buena madre, pero ambas a la vez, no. De ahí que surjan movimientos tan valiosos como #malasmadres y sus esfuerzos en torno a la conciliación y el #yonorenuncio.
¿Qué podemos hacer?
A este apartado bien podría dedicarle otro post. La clave está en la educación; tanto en el contexto familiar, generando expectativas reales y no diferenciadas por género, como en el escolar, defendiendo la igualdad y la inclusión, con la implementación de programas no sexistas.
Como puntos clave, se hace necesaria una detección temprana, y a la vez, apostar por experiencias en torno a potenciar una autoestima positiva, ofrecerles herramientas para regular emocionalmente sus niveles de exigencia, facilitar experiencias de éxito de otras mujeres, ofrecer un concepto más realista del fracaso y las expectativas, estrategias para prevenir el perfeccionismo y redefinir su locus of control…
En definitiva, ofrecerles la oportunidad de ser ellas mismas, sin más.
Miriam Fernández, pedagoga y directora de Albizia.
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